Nombre del libro: Héroes olvidados I: Iquique Glorioso.
Autor: Karen Bail.
ASIN: B07MYB41DR.
ISBN: 9564014565.
Páginas: 156.
Editorial: Independiente.
Puedes adquirirlo en versión digital y en papel a través de Amazon. ¡Gratis en Kindle
Unlimited!
Sinopsis
Daniela tiene una
vida muy estructurada: trabaja y vuelve a casa. Ella es agente de atención al
pasajero en una importante línea aérea chilena, y es ahí donde conoce el
desamor.
Frustrada por su
vida sentimental, decide conocer la ciudad donde reside como una turista,
alojándose en un costoso hotel para dejar atrás su amargura.
Bjørn deja Noruega
aprovechando una oportunidad laboral que lo llevará a Chile por dos semanas,
para escapar de un desamor. Necesita olvidar aquello que lo amarga dejando
atrás ocho años de vida en pareja.
Dos seres amargados,
acompañados de una bella ciudad que los hará encontrarse.
Booktrailer
Reseñas de los compradores
Primer capítulo
El pescador artesanal
Llego a mi habitación de hotel, se ve
limpia y austera como todo lo que siempre ha representado mi vida, nada fuera
de lugar o que incomode, todo listo para el feliz turista que desea venir a la
ciudad de Iquique para pasar sus miserables vacaciones. Dejo todo mi equipaje
en el suelo, que solo consiste en una maleta de mano negra y un pequeño bolso,
quizás en estos días deba ir a buscar más ropa a mi departamento, pero eso lo
evaluaré con el tiempo.
Aún no puedo creer la estupidez que
estoy haciendo, sin embargo, la vida se vive solo una vez ¿no? Al menos eso
dicen aquellos que se conforman con esta puta vida de mierda en la que creces,
estudias y sigues estudiando con la promesa de vivir tu vida sin angustiantes
problemas, cuando en la realidad te la pasas tratando de impresionar a gente
que no te conoce y que, por tener un mejor apellido que tú, merecen tu respeto
porque se han ganado el puesto antes de nacer.
No sé cuánto tiempo he estado acostada
en la cama, me parece que me he dormido unos minutos, pero no me importa, desde
hoy empieza mi periodo de cambio, pues lo necesito. Necesito olvidar quién
mierda soy, en dónde mierda trabajo y la puta vida que llevo. Reviso mi
teléfono, este cabrón de mierda sigue llamándome y enviando mensajes, pero no
quiero hablar con él, no lo necesito. Parece que fue ayer cuando lo conocí en
el aeropuerto, pero de eso ya han pasado seis años. El señor importante venía a
un evento en el «hotel Gaviota» proporcionado para sus empleados, evento que
celebraba los años de la perfumería que su papito le entregaba. Increíble que
en Iquique aún compren en ese lugar, aunque no lo niego, son buenos y baratos.
José Pedro Laforet, tan idiota que nunca pudo terminar la universidad ni en
antropología, ni en ingeniería comercial y mucho menos en comunicaciones, solo
alcanzó a heredar el negocio de papi, pero la verdad no quiero pensar en él,
quizás deba bajar al bar, últimamente es lo único que me llena, beber hasta
olvidarlo todo.
Me rio de mis pensamientos mientras me
visto frente al espejo. Cada día trabajo con la mejor sonrisa que poseo, pues
así la gente empieza sus merecidas vacaciones, pero no puedo evitar pensar que,
mientras avanzan por la manga que los dirige al interior del aeropuerto, mi
boca dice «Bienvenido a Iquique» mientras mi mente grita «Gracias por no
pescarme, conchetumadre».
Me quedo un instante viendo mi reflejo,
no está nada de mal para tener treinta años. ¿Qué clase de mujer soy si solo me
he relacionado con putos imbéciles? Tal vez olfatean la soledad, y en los
últimos años, al parecer, es el único olor que puedo emanar, sobre todo porque
me he enamorado de un puto hombre casado que me tiene cada vez que llega a esta
cuidad. Pero desde hoy no será así, desde hoy mi vida cambiará. ¿Por qué?
Porque ya no quiero ser la mujer escape, desde hoy aprovecharé de vivir mi vida
al máximo. Por ejemplo, hoy quiero embriagarme y no me importa nada. No quiero
conocer a nadie, solo beber y empezar a vivir, aunque no sé cómo se hace eso,
creo que lo olvidé cuando conocí al puto hijito de papá.
Estoy en la barra y pido una
«Caipiroska». ¿Por qué? Supongo que porque es el único trago decente que se
sirve en esta ciudad, fuera del pisco sour, maracuyá sour, mango sour, guayaba
sour, y todos los sour que quisieron inventar en la hotelería para atraer
turistas desesperados por algo autóctono. Aunque sé de buena fuente que este
hotel compra mango peruano, a pesar de que el mango de Pica es mejor. En fin,
sigo concentrada en mi Caipiroska, nada más que limón macerado con azúcar y
vodka, un dulce veneno que recorre mi interior y me hace olvidar. Olvidar y
nada más.
—¿Señor? Su celular se ha caído —dice
Gustavo, el bartender, para luego dirigirse a mí—: ¿Dani? ¿Puedes decirle que…?
—¿Aún no aprendes inglés, Gustavo?
Debes actualizarte o te pueden reemplazar —digo algo enojada, pero sonriendo
para no demostrárselo al tímido sujeto tras la barra.
Lo veo moverse de un lado al otro
tratando de demostrar que no ha tenido tiempo y me decido a ayudarlo. Recuerdo
que lo conocí en un «Famtrip», que consiste en dos empresas que intercambian
servicios para que se puedan promocionar. Cuando trabajaba en la agencia de
viajes de Calama, me ofrecieron alojarme en este preciso hotel para poder
recomendar de manera apropiada las instalaciones a los turistas, y quedé maravillada
con lo dedicado y servicial que era Gustavo, aunque siempre le critiqué que no
aprendiera a hablar en inglés. En fin, tiene casi sesenta años, si a alguien le
voy a perdonar el no capacitarse es a él. Es injusto que siga trabajando,
debería estar disfrutando de una jugosa jubilación, pero vivimos en Chile y esa
no es una opción.
—Disculpa, se te ha caído el teléfono
móvil —digo en mi perfecto inglés, aprendido en la universidad y mejorado en
internet.
El sujeto parece no prestarme atención,
está apoyado en la barra, pero mirando en dirección contraria a mí y con
evidentes ganas de tumbarse sin fuerzas. No tengo tiempo para hacerme la
compasiva. No hoy. Hoy vine a beber y olvidar mis problemas, no a cuidar a otro
ser humano.
Me levanto de la barra y me acerco un
poco más. Lo meneo fuertemente para que centre su mirada en mí y digo:
—¡Oye, imbécil!, tu teléfono móvil está
en el suelo y yo no pienso recogerlo por ti.
Me mira y veo su rostro. Tiene el
cabello marrón claro peinado hacia atrás, en donde se ve una clara marca en
forma de «m» denotando el cabello que le falta en la frente. Sus ojos son
azules, pero son tan saltones que no dan ganas de mirarlos por un periodo tan
prolongado. Su nariz y sus labios son finos, tan finos que resultan «femeninos»,
y su expresión de enojo me asusta, no porque parezca peligroso, sino porque
está verdaderamente harto, harto de todo y de todos, igual que yo. Quedo
petrificada un momento ante su mirada, tiene el ceño fruncido y pienso que en
cualquier momento me gritará o empujará. Me observa un segundo y luego parece
reaccionar, mira hacia el suelo y recoge su maldito teléfono.
—Sorry —dice secamente y se da la
vuelta.
Me devuelvo a mi taburete, que está a
la asombrosa distancia de tres asientos más allá que el de aquel «gringo» mal
educado, y me concentro en mi veneno, a eso vine. A eso y nada más.
—¿No vino don Fabián a la ciudad? —me
pregunta Gustavo pillándome desprevenida.
¡Fabián! El puto de José escogió ese
nombre porque le parecía juvenil y corriente, me lo comentó en una ocasión en
que fuimos a beber al paseo Baquedano a uno de aquellos restaurantes de
inspiración Aymara, luego de presentarse con el mesero, porque decía que era
una manera de que te tomaran en serio en los locales, que eso demostraría que,
quizás, habían descubierto a un potencial cliente. Pero yo sabía que todo lo
que decía era mentira, se presentaba con un nombre falso por si en alguna
ocasión traía a su pobre esposa a comer al mismo lugar, y aunque lo
reconocieran, su nombre no era el mismo, así que probablemente se habrían
confundido.
—Fabián y yo ya no estamos juntos
—sentencio, mientras le hago una señal para que me traiga otra porción de
veneno.
—Me alegro, Dani, ese tipo no me gusta
para ti.
—¿No? Nunca te quejaste de sus
propinas.
—Como cliente es el mejor, pero como
pareja… —insinúa meneando su mano derecha abierta.
Lo asimilo y pienso en que quizás el
mundo siempre sintió lástima de mí. José es guapo, de eso no hay dudas, pero no
es un buen hombre, y yo no soy una buena mujer, estuve con él sabiendo que me
haría daño y que había una familia de por medio.
La primera vez que lo vi fue en el
aeropuerto, estaba vestido de traje a rayas y yo con mi uniforme. Me preguntó
si sabía dónde podía encontrar a alguien de la empresa «Fly», que es la competencia
de la empresa en la que trabajo yo. Pensé «¿Cómo no ha visto a ninguna si
tienen ese corbatín fosforescente tan llamativo?», pero luego noté que me
devoraba con la mirada, y asombrada también noté que no me importaba, que me
gustaba que un hombre así se tomara tantas molestias en hablar conmigo. Luego
de varios meses volví a verlo, claro que en ese entonces fue más directo y me
invitó a salir.
—No me gusta salir con aquellos que
tengan que ver con mi trabajo —le dije, mientras anotaba los datos de la última
persona que no había recibido su equipaje en el Baggage claim.
—A mí tampoco —aseveró mientras me
sonreía coquetamente—, es por eso que viajo en «Fly».
—¿Para invitarme a salir? —pregunté sin
apartar la mirada del formulario que rellenaba en el mesón.
—¡Al fin lo has entendido! —dijo
risueño y triunfante, sabiendo que yo no lo esperaba—. Entonces, ¿a qué hora
paso por ti?
Me sentí cohibida, hacía mucho tiempo
que no salía con alguien a quien no conociera antes. Las relaciones, siempre
las había mantenido dentro de un círculo, un amigo que me presentara alguien,
un excompañero de trabajo, alguien del ambiente del turismo y así
sucesivamente. Lo miré fijamente y me agradó su arrogancia, me agradó que fuera
tan diferente al resto de los hombres que había conocido. Llevaba la palabra
«adinerado» en la frente, era alto, blanco tostado —por los viajes que solía
hacer—, sus ojos y cabello marrón eran impactantes, aunque no fuera un color
muy especial en un país como este, y su camisa polo, americana azul, y sus
«Dockers» recién planchados resaltaban el «Paco Rabbane» que emanaba de él.
Rechacé la invitación, pero al día
siguiente volvió, sabiendo, no sé cómo, a la hora que terminaba mi turno. Lo vi
afuera del aeropuerto fumando un cigarrillo, mientras el «sprinter» me esperaba
para llevarme a casa, a mí y a otros seis compañeros de diferentes áreas. Dudé
un instante si alejarme inmediatamente, pero me acerqué, lo miré con el ceño
fruncido y le hablé con la voz más potente que fui capaz:
—¿Qué hace aquí?
—Fumando un cigarrillo —me contestó
sonriendo.
Eran las siete de la tarde, quería
llegar pronto a casa y dejar todo el estrés del trabajo en el olvido, sin
embargo, me hizo gracia ver lo seguro que se sentía de sí mismo.
—Escucha —continuó—, vine a
disculparme. Quizás has creído que soy muy insistente y mi intención no es que
creas que te estoy acosando.
—Perfecto, acepto sus disculpas. ¡Qué
tenga un buen día!
—Pero esa no es mi disculpa. Tengo el
auto estacionado…
—Lo sé —interrumpí—, créame que no me
lo imagino caminando desde Iquique hasta aquí —dije blanqueando los ojos, pero
solo provoqué que se pusiera a reír.
—Perdona, a veces, cuando alguien me
gusta, digo estupideces.
—Me están esperando así que dejémoslo
así.
—¿Te gustaría venir conmigo a comer?
Conozco un lugar muy bueno y así podría disculparme mejor.
—Ya le dije que no me gusta salir con…
—Solo una comida, piensa que es un
compromiso que no puedes cambiar. Una latosa cena con un tío lejano que no te
agrada.
—Eso lo sacaste de una película —le
reclamé tratando de acordarme. Era «Hitch».
—¡Me atrapaste! —dijo sonriendo,
complacido al ver mi sonrisa—. Ok, si accedes no te molestaré más.
Acepté, y esa misma noche estábamos
cenando en este mismo lugar, en este mismo hotel.
Bebo rápido después de mi último trago,
ahora temo que mis piernas no reaccionen para llegar a mi habitación.
—Dani, creo que deberías irte y dejar
de beber, te llamaré un taxi enseguida —me dice Gustavo revisando las tarjetas
que tiene en la barra.
—No Gustavo, estoy alojada aquí, en la
habitación setecientos ochenta y siete.
—¿Aquí, Dani?, pero si tu departamento
queda a diez minutos caminando.
Suspiro, no tengo ganas de hablar, y me
repugna la idea de mí misma deprimida en la barra de un bar, con un bartender
como único confidente, pero Gustavo es de confianza y las Caipiroskas me
sueltan la lengua.
—¿Sabías que la Caipiroska es mejor con
azúcar granulada? —digo intentando ganar tiempo.
—No me cambies el tema Dani. ¿Qué pasó?
—Voy a empezar a vivir Gustavo, eso
pasó —bufo, y acto seguido resoplo para empezar mi corto relato—. ¿Sabes cuánto
tiempo he vivido en Iquique? Ocho años, Gus, ocho años en los que no he hecho
otra cosa que trabajar para que los turistas disfruten. Primero como guía y
ahora como «Agente de atención al pasajero».
»Antes de llegar al hotel hoy, ¿sabes
qué hice? Por primera vez en todo el tiempo que he vivido aquí me paré frente
al «Monumento al pescador artesanal» del principio de la península y lo miré
directamente a los ojos. Es hermoso, lo disfruté. He contado miles de veces la
historia del monumento, de todo el trabajo que conllevó, y también de la foto
en la que se basaron, pero nunca lo había visto a los ojos, y en aquellos ojos
cansados y desgastados me vi a mí misma, cargando con los peces de mi vida.
Gustavo me mira sonriendo
condescendientemente. Asiento entendiendo a lo que se refiere con aquella
sonrisa envejecida, que debo irme a la habitación ahora mismo. Me giro en el
taburete y tomo mi bolso, cumplí con mi objetivo de salir a beber para olvidar
las penas, ese era el paso uno, mañana tengo más panoramas por seguir y espero
que siga dando resultado.
Pensaba que no había nadie más en el
bar, pero creo que me he equivocado. El «gringo» torpe sigue echado encima de
su taburete sin desprenderse de su vaso de whisky, que se posa junto con la
botella que ha comprado. ¿Johnnie Walker?, ¿Jim Beam?, no logro verla, pero por
su color madera deduzco que se trata de bourbon. ¿Estará tan deprimido como
yo?, de cualquier forma lo veo mirar una y otra vez su teléfono, como si
esperara respuestas que no llegan.
¡Momento! ¿Cuánto tiempo he estado
parada tratando de mantener el equilibrio? Creo que estoy más borracha de lo
que pensaba, pero mi dignidad me obliga a declinar la oferta de Gustavo de
llamar a alguien para que me ayude.
Ya en la habitación, me acuesto sin
quitarme el vestido y sin taparme. Iquique es rico por las noches y no me da la
gana evitar la brisa marina. Recuerdo que al principio detestaba este clima
caluroso y húmedo, sin embargo, ahora añoro el siguiente día de mi vida.
Si te gustan las novelas románticas plagadas
de historia y sucesos interesantes, has llegado al lugar indicado.
Iquique glorioso es una novela mágica,
que te hará viajar sin la necesidad de salir de casa, eso te lo aseguro.
¡No te arrepentirás!