Nombre del libro: Héroes olvidados II: Nostalgia Colchagüina.
Autor: Karen Bail.
ASIN: B07PWYWFJF.
ISBN: 1091303444.
Páginas: 242.
Editorial: Independiente.
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Sinopsis
Karl ha vivido toda
su vida acompañado de un fantasma, el gran amor de su padre. Tras un trágico
episodio en su vida, que lo alejó para siempre de su madre, aquel fantasma ha
reaparecido. A sus diecisiete años se ve en una encrucijada que lo llena de
amargura, sus sueños se ven entorpecidos por la obstinación de su progenitor,
por lo que tomará ventaja del pasado para cumplir sus sueños, aunque quizás eso
cambie su vida para siempre.
Katrine, obcecada e
impulsiva, ha vivido solo con su madre, guardando rencor por no haber conocido
a su padre. Ilusionada por conocer el gran amor de quien le dio la vida, hará
lo imposible por encontrarse frente a él. La amargura de una vida solitaria, la
llevará a descubrir cosas de su pasado, aunque eso signifique hacerle daño a la
mujer que le ha dado todo.
Dos jóvenes, dos
historias y un gran amor cosechado en Iquique, añejados en el bello valle de
Colchagua.
Booktrailer
Reseñas de los compradores
Primer capítulo
Hotel Colchagua
A sus cuarenta y ocho años, Daniela
había aprendido que la vida te puede brindar sorpresas inimaginables. Un día lo
puedes tener todo y al siguiente perderlo. Pero debías estar dispuesto a
aprender de ello y sobreponerte, y solo Dios sabía que ella lo había logrado,
pues estaba en su época más próspera, al menos familiar y económicamente.
Hacía dieciséis años —dos años después
de haber perdido al amor de su vida—, había cambiado el desierto de Atacama por
el valle de Colchagua y, a pesar de que extrañaba Iquique, se había
acostumbrado a aquella zona vitivinícola. Admiraba enormemente vivir en un país
con tantos contrastes, tanto en entorno como en historia, ya que había dejado
atrás los días en que se emborrachaba de salitre y culturas originarias, para
embriagarse del periodo de la colonia y la calidez del campo chileno. Pero no
se había alejado del todo, debido a que en el museo de Santa Cruz —propiedad
del mismo dueño del hotel en que ella trabajaba—, había piezas históricas que
la llevaban de vuelta al norte de Chile cada vez que lo necesitaba.
Gracias a su experiencia en diversas
áreas del turismo, se había dedicado a la hotelería luego de despedirse de
Iquique. Siempre había aceptado nuevos desafíos y, tras dejar su anterior
trabajo en el aeropuerto de su ex ciudad, había decidido irse a Santa cruz —el
corazón del valle de Colchagua—, por aquella oportunidad laboral. El sobrino de
su jefe en el aeropuerto, era el encargado de recursos humanos en el Hotel
Colchagua, y, tras revisar minuciosamente el antiguo currículo vitae de
Daniela, la había aceptado como recepcionista. Pero su eficiencia, ahora,
dieciséis años después de empezar ahí, le había otorgado el cargo de gerente en
aquel prestigioso alojamiento.
Inspiró profundamente, se estaba
atrasando demasiado enseñándole a la nueva recepcionista y, con los años, había
perdido más que la paciencia.
—Isabel, sé que los comandos son
diferentes en este sistema. Conozco el que manejan en el hotel en que
trabajabas. Pero este es mejor y, aunque no lo creas, más sencillo. Mandaré al
Julio para que te venga a ayudar. Pero te exijo que estudies un poco más, no
puede ser que sigas cometiendo estos errores. Hoy casi anotas mal el apellido
de un huésped y eso nos puede ocasionar problemas.
—Es que su apellido era muy raro.
—Ok, lo entiendo. Pero debes tener esto
en mente: aunque el huésped se enoje, pregúntale las veces que sea necesario
cómo se escribe. Si se enoja lo amenazas con no poner la reserva y punto. Él es
el cliente, pero la cortesía se pierde cuando se ponen pesados. Después de
todo, estamos ofreciendo un servicio, no pidiendo un favor.
Tras eso, Daniela se despidió de la
muchacha y fue a su oficina para buscar sus cosas, se acercaba la hora de su
salida y quería llegar pronto a su casa. O en realidad a su departamento. A
pesar de que ahora vivía en una ciudad pequeña, con casas coloniales donde el
pino oregón había sido reemplazado por las tejas antiguas, Daniela nunca quiso
comprar una casa, le gustaba la seguridad del departamento y no quería
desprenderse de su recuerdo iquiqueño.
Salió del hotel. No estaba lejos de su
hogar, pero, al estar en pleno mes de noviembre, el calor la sofocaba y solo
anhelaba despojarse de sus tacones, su falda tubo entallada de color negro; y
su blusa que, supuestamente, era fresca. Miró la hora, eran las cinco y quince,
su hija estaría en casa ya, esperándola pegada a la computadora. Siempre
apuraba el paso, no temía por su seguridad viviendo en un lugar tan tranquilo,
pero no le gustaba dejarla sola. Por las mañanas desayunaban juntas, luego se
iban caminando al centro de la ciudad y Daniela se quedaba en el hotel,
mientras su pupila cruzaba la calle para llegar al colegio católico en donde
cursaba su último año de preparatoria.
Daniela se empeñó por demostrar su
potencial en el trabajo y, con suma satisfacción, se había ganado el respeto de
sus colegas. Su hija, que al llegar a Santa Cruz tenía apenas un año de vida,
había estado muy bien protegida en la guardería que el hotel proporcionaba a
sus empleadas, y de esa manera aquel lugar que alojaba turistas, se había convertido
en su fortaleza.
Teniendo méritos en su área laboral, su
jefe —ahora jubilado—, le había dado todas las regalías para poder vivir
tranquilamente como mujer trabajadora y madre, así que, cuando su hija Katrine
empezó a asistir al colegio, Daniela nunca tuvo inconvenientes. Bueno, sí tuvo
uno. Decidió inscribir a su hija en el colegio que se encontraba frente al
hotel —luego de cruzar la Plaza de Armas—, debido a que le sería fácil acudir
en su ayuda. Pero en la entrevista se sintió incómoda, su hija Katrine Ignacia
Herrera Herrera no tenía un padre. No le pusieron ataduras, pero le molestaba
que le dijeran frases como: «¿Tienen el mismo apellido sus padres o…?», «Debe
traer la libreta de matrimonio… si la tiene» o «Tenemos muchas madres solteras,
las ayudamos como podemos». Su hija no necesitaba un padre, ella no necesitaba
un marido y ninguna de las dos necesitaba a su familia, pero eso no sería muy
comprendido.
Al llegar al Hospital Santa Cruz —en la
ciudad, todo tiene el mismo nombre—, apuró el paso; ya nada más le quedaban un
par de metros para llegar. Saludó al guardia e ingresó al patio común, con
jardín y piscina. No era tan hermoso ni lujoso como el de Iquique, aunque sí le
había costado casi lo mismo, pero le gustaba, sobre todo porque vivía muy poca
gente. Era un único edificio de veinte pisos, pero, como en los alrededores de
Santa Cruz había casas de campo y parcelas, las ventas habían sido ridículas
así que tenía muy pocos vecinos. Sin ir más lejos, en su piso había solo un
matrimonio joven.
Tocó la puerta de su departamento.
Tenía llave, claro está, pero nunca la ocupaba para asegurarse de que su hija
estuviese adentro. O que ella y su novio no estuvieran en alguna extraña
postura. Después de unos segundos, sintió unos pasos arrastrarse por la
estancia. A veces se preguntaba si lo hacía para molestarla o bien tenía un
problema para levantar bien los pies. La puerta se abrió, dejando al
descubierto unos saltones ojos azules que demostraban cansancio.
—Vas a tener que acostumbrarte a llevar
la llave. El próximo año estarás sola.
Una espina se clavó en el corazón de
Daniela. Sabía que su hija, que rendiría en un par de semanas la prueba de
selección universitaria, al año siguiente empezaría sus estudios de Teatro en
Santiago y, aunque estaba demasiado orgullosa, sabía que ahora de verdad
estaría sola y triste en aquel departamento.
—Hola mamá —empezó a burlarse—, ¿cómo
te fue en el trabajo? Bien, hija mía, de maravilla, ¿y a ti en el colegio?
Excelente, madre querida.
Su hija blanqueó los ojos mientras se
sentaba frente a la computadora. Tenían una buena relación, con altos y bajos,
pero la vida había sido tranquila. Daniela la miraba y la encontraba hermosa.
Entre las dos se parecían mucho, a excepción de los ojos, y esa diferencia
hacía que Daniela mirara a Bjørn cada día de su vida, reflejado en el fruto de
su amor. Nunca pudo contactarse con él para contarle, ni cuando supo que era
libre. Tenía pánico, no quería aprovecharse de las desgracias del mundo para
ser feliz.
Tras darse un largo baño, se vistió con
un short y una camiseta de aseo. Katrine se encargaba de acomodar las camas y
de limpiar las habitaciones, en tanto ella limpiaba la cocina, el baño y la
pequeña sala de estar. Salió de la habitación y, tras buscar todas sus
herramientas de limpieza, puso en su teléfono su lista de reproducción
favorita, dejándose acompañar por la antigua canción «Sabor a ti» de Olga
Tañon. Su hija, blanqueando los ojos tras la introducción instrumental, tomó su
computadora.
—¡Ay mamá! Deberías cantar en tu cabeza.
Así no se puede estudiar.
—¿Canto mal? —preguntó, llevándose la
mano derecha al pecho fingiendo pesadez.
Lo único que escuchó tras eso, fue el
portazo de su hija al ingresar a su habitación, quien probablemente estaría con
sus audífonos puestos.
Si te gustan las novelas románticas
plagadas de historia y sucesos interesantes, has llegado al lugar indicado.
Nostalgia Colchagüina es la segunda
parte de la bilogía Héroes Olvidados, que empieza en Iquique Glorioso.
Es una novela mágica, que te hará
viajar sin la necesidad de salir de casa, eso te lo aseguro.
¡No te arrepentirás!